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Esa magnífica chapucera
La naturaleza es una magnífica chapucera, no un divino artífice.
Françoise Jacob
Los antiguos románticos sentían una admiración especial por la naturaleza, a la que veneraban como expresión de lo auténticamente puro y genuino. Uno de los más importantes precursores de este movimiento, Jean Jaques Rousseau escribía que la naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable.
No obstante, esta concepción no es exclusiva de la Europa romántica ni de los ideales libertarios. Muy al contrario, la idealización de la naturaleza como símbolo de perfección y equilibrio es común a muchas culturas. Idolatrada de forma directa o admirada como expresión de un creador omnipotente, las distintas religiones también suelen mostrarla como paradigma de la belleza y reflejo del perfecto orden sobrenatural que nos gobierna.
Dos mil años antes y a ocho mil kilómetros de distancia, el gran filósofo chino Confucio se expresaba de forma similar a Rousseau, cuando afirmaba que La naturaleza hace que los hombres nos parezcamos unos a otros y nos juntemos; la educación hace que seamos diferentes y que nos alejemos.
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