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El cerebro humano no está adaptado para la Ciencia


Quizás uno de los más llamativos descubrimientos científicos de las últimas décadas ha sido el constatar que el razonamiento humano es bastante deficiente, porque nuestro cerebro de primate toma decisiones e interpreta el mundo prácticamente con el mismo conjunto de procesos lógicos que les funcionaron a nuestros antepasados en esa sabana ancestral ya desaparecida. Y esas herramientas mentales desgraciadamente son muy deficientes a la hora de enfrentarse a la complejidad de un Universo como el que nos está desvelando la Ciencia.

El cerebro humano ha sido moldeado por millones de años de evolución para solventar los problemas asociados a nuestra supervivencia y éxito reproductor mediante la adquisición de todo un complejo conjunto de sesgos y atajos mentales.

Y ese largo y tortuoso proceso evolutivo ha dado lugar a un ordenador biológico en donde la exactitud y la percepción profunda de la realidad nunca fueron seleccionadas, ya que sobre lo que actúo la selección natural fue la constante y obsesiva búsqueda de patrones.

Y así equipados, nuestros ancestros fueron capaces por ejemplo de identificar los mejores lugares para la caza y la pesca o de desentrañar las relaciones lineales existentes entre el clima y las migraciones de animales o el crecimiento de las plantas.

Lo que, junto con su gran adaptabilidad les llevó a colonizar todas las tierras habitables (y otras no tanto como es el Ártico) hasta que como especie se nos quedó pequeño nuestro planeta matriz.

Y ese mismo conjunto de mecanismos mentales adaptativos en la búsqueda constante y persistente de patrones también generó unos enormes y garrafales errores de interpretación de la realidad creando toda una casi infinita variedad de supersticiones tan antiguas pero también tan persistentes, ya que nos han acompañado desde los albores de la Humanidad (cuando ni siquiera éramos todavía sapiens) hasta nuestros días.

Porque en el fondo y debido a la siempre cicatera y muchas veces chapucera selección natural, estamos sujetos a las mismas presiones evolutivas para encontrar una «solución» (y cuanto más rápida y menos costosa sea mucho mejor, aunque sea chapucera) a los desafíos de la Naturaleza que esos escarabajos joya australianos para los que una hembra de su especie no es más que una simple asociación de color y refracción de la luz, de tal manera que confunden los envases de vidrio de un tipo de cerveza con hembras supergigantes, con las que intentan desesperada (pero infructuosamente) copular hasta morir en el imposible intento, de tal manera que en la actualidad están en serio peligro de extinción.

Y así, los humanos hemos vivido el 99% de nuestra ya vieja historia ignorantes, sin saber que nuestro planeta es una esfera que gira alrededor de un estrella, la cual es un simple grano de arena cósmico dentro de una galaxia de un tamaño y antigüedad inimaginables

para un cerebro que no podía ir más allá de conjeturar una Tierra plana e inmóvil, centro de un universo formado por media docena de canicas estelares.

Porque prácticamente todo lo que ha sido descubierto y explicado en el último siglo y pico de exponencial avance del conocimiento científico es totalmente contra intuitivo,  choca frontalmente con nuestras percepciones básicas y con ese siempre demasiado sobrevalorado «sentido común» al que todo el mundo aconseja acudir frente a lo imprevisto o desconocido.

Y así tenemos que abandonar nuestra habitual percepción de la «realidad» si queremos entender algo de la Teoría de la Relatividad con su invariabilidad en la velocidad de la luz, la dilatación del tiempo o la contracción de la longitud. Y sobre el fenómeno de la dualidad onda-corpúsculo y el famoso y más que intrigante experimento de Young de la doble rendija ya ni hablemos.

Y lo mismo ocurre con la Teoría de la Evolución, que es contradictoria con toda nuestra experiencia del mundo natural. Porque estamos rodeados por un casi infinito conjunto de seres vivos que percibimos con total claridad ¡y podríamos apostar todo nuestro capital y casi nuestra vida! como marcadamente diferentes: vemos perros y gatos, leones y gacelas, secuoyas gigantes y minúsculos tréboles, todos ellos conformando especies mutuamente excluyentes entre sí. Sabemos por nuestra propia experiencia, la de las personas que nos rodean y por todo el saber humano atesorado durante milenios tanto de forma escrita como oral que los ratones son ratones, las arañas son arañas y los elefantes son siempre elefantes que no cambian y que estas especies tan diferentes son reales, que no se mezclan nunca entre sí y que desde cualquier punto de vista humano, tanto individual como colectivo, sería absurdo siquiera suponer que todas las especies de animales (y ya de plantas, de hongos, de bacterias y de toda la inconmensurable variedad de la vida) son simples fotos fijas de un intemporal proceso evolutivo que liga a todos los seres vivos mediante una infinita cadena reproductiva con una humilde proto(arqueo)bacteria arcaica de la cual todos los seres vivos descendemos.

Y dentro de esta apabullante «antilógica» verdad evolutiva, desde hace la friolera de unos 4.300 millones de años siempre todos los «hijos» han pertenecido a la misma especie que sus «padres», de tal manera que desde un estricto punto de vista darwinista no existirían especies diferenciadas (solo construcciones mentales inventadas por el limitado cerebro de unos primates cabezones incapacitados para navegar adecuadamente por la inmensidad del espacio-tiempo) y ballenas, abetos y todos los demás seres vivos estarían incluidos en la misma (y única) categoría. Algo así como ver aisladas 4 fotografías del mismo individuo con 1, 10, 30 y 70 años, a simple vista pueden parecer que pertenecen a personas distintas pero en realidad hay una continuidad absoluta entre todas ellas. Y esto es lo que demuestra inequívocamente la infinidad de experimentos, comparaciones y análisis llevados a cabos por miles de científicos de los más diversos campos en el último siglo y medio.

Y es por todo ello que el evolucionismo, no sólo significó un terremoto de máxima magnitud a mediados del siglo XIX cuando el «Origen de las Especies» fue publicado, sino que a día de hoy sigue chocando frontalmente no solo con todas las mitologías pasadas, presente y futuras sino lo que es peor, con las mismas bases de lo que denominamos razonamiento humano.

Y salvo que se haga el titánico esfuerzo de abandonar los modos de pensar que tenemos grabados a fuego en nuestros acervos genético y cultural con la imprescindible ayuda de una educación racionalista de calidad, la inmensa mayoría de las personas seguirán in sæcula sæculorum sin comprender (y lo que es peor, muchos de ellos sin aceptar) un conocimiento científico que ya puede ser considerado tan clásico e intemporal como lo son las operas de Mozart, las esculturas de Rodin o los escritos de Cervantes para las bellas artes.

P.D.

Y por supuesto todo ese complejo conjunto de sesgos y atajos mentales que utilizamos para tomar (no las mejores, sino las más chapuceramente rápidas que nos hagan salir cuanto antes de la incertidumbre) decisiones invalida de pleno toda esa perjudicial hipótesis de la elección racional y el más que inexistente «homo economicus«, conceptos y sus derivados que desgraciadamente siguen dominando en la actualidad el pensamiento teórico, y lo que es peor y más peligroso, la praxis de la toma de decisiones públicas tanto en economía como en ciencia política.

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  1. chifus
    18 noviembre, 2020 a las 12:10

    es hora d extender el pensamiento racionalista para que la especie humana evoluciones mas alla de patrones d supervivencia si la comida está asegurada ,
    y esto sucederia en las familias y no sucede por la tele que desparrama terror miedos rencores etc etc
    Buda ya lo sabia, por eso meditaba, para ver , desde el aqui ahora, la realidad y sus evidencias y asi poder ser pedagogicamente ecuanime . antes de buda no budismo solo meditacion, fin ultimo budismo dejar tods ls -ismos
    La postura de meditacion es ni dlte ni tras ni izda ni drcha

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  2. Eduardo Baldú
    18 noviembre, 2020 a las 20:09

    Primera parte, a ver si aprendemos a escribir, que la entrada no tiene ni pies ni cabeza. Un poco de coherencia a la hora de exponer las ideas sería muy de agradecer.
    Segunda parte, ¿Qué coño tiene que ver Buda y el budismo con toda esa historia? El budismo, aunque sin dioses, no deja de ser una religión, y como tal participa de los conceptos que le son propios a tal definición. Es, ante todo, una creencia represiva de los sentidos y las libertades, se basa en una parafernalia tan irracional como cualquier otra religión.
    No, el budismo no es la panacea, y no pinta absolutamente nada es esta discusión.

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